lunes, 18 de junio de 2007

Absténganse demócratas

A la vista de cómo nuestros políticos le retuercen el brazo a nuestros votos hasta que gritan de dolor y terminan confesando crímenes no cometidos, he decidido hacerme militante activo del partido que más adeptos está ganando, el partido abstencionista.

Siempre he defendido que hay que votar, aunque sea en blanco, porque ese acto lleva implícito un valor ético independiente de ideologías: el apoyo incondicional a la democracia. Muerta la democracia y alcanzada la mayoría de edad de la partitocracia, ahora ya sin careta ni vergüenza, a cara de perro, prefiero guardar mi voto para tiempos mejores, en los que no sea prostituido nada más salir de mi bolsillo.

Los partidos políticos, las instituciones menos democráticas de nuestra "democracia", tienen la desfachatez de convertir la decisión individual del voto, en una decisión colectiva que no existe. Deciden que un conjunto de ciudadanos que no se conocen entre sí, fueron guiados por una mano, invisible y sabia, que les hizo manifestar un deseo común que trascendía su propia opción individual. Eso sí, siempre que esa conciencia colectiva favorezca sus intereses, porque en caso contrario, ni habrá mano invisible ni, por supuesto, será sabia.

La evolución desde la democracia directa hasta la democracia representativa tuvo una motivación eminentemente práctica. Resulta obvio que es imposible gestionar un Estado si cada decisión debe adoptarse en función de las consultas realizadas a todos los ciudadanos. Un sistema creado para facilitar la implantación de la democracia en los Estados modernos, ha degenerado hasta el punto en el que el papel de los ciudadanos, de los que se dice para tranquilizar su conciencia que son depositarios de la soberanía, queda reducido a introducir un papelito en una urna cada equis tiempo. Unos acuden con la venda de la ignorancia, la indolencia o el clientelismo sobre los ojos. Otros, tapándose la nariz. Y los más, se quedan directamente en casa, por hastío, por desencanto o simplemente porque pasan de todo.

Parece claro que nuestra democracia ha degenerado ya en el poder absoluto de los partidos. ¿Terminará en un engendro, hijo ilegítimo de la partitocracia y la oclocracia?

Aquí os dejo, a modo de reflexión y provocación, una cita del jesuita Juan de Mariana (s. XVI-XVII) tomada de su libro "De Rege et regis institutione" (Sobre el rey y la institución real):

"La república, verdaderamente llamada así, existe si todo el pueblo participa del poder supremo, pero de tal modo y templanza que los mayores honores, dignidades y magistraturas se encomienden a cada uno según su virtud, dignidad y mérito lo exijan. Mas cuando los honores y cargos de un Estado se reparten a la casualidad, sin discernimiento ni elección y entran todos, buenos y malos, a participar del poder, entonces se llama democracia. Pero no deja de ser una gran confusión y temeridad querer igualar a todos aquellos a quien la misma naturaleza o una virtud superior han hecho desiguales"
Por último, no puedo dejar de felicitar a los béticos, entre los que me incluyo, por la salvación de nuestro querido Betis. Esperemos ahora que la euforia dé paso a una seria reflexión sobre lo que ha pasado este año y los cambios que hay que hacer.


3 comentarios:

el aguaó dijo...

Gracias por las felicitaciones querido Tato, y como bien dices, la reflexión ahora es necesaria.

En cuanto al otro tema, el que enarbola la abstinencia, piénsalo bien. Se ha luchado mucho para tener el derecho al voto, como bien has dicho, merece la pena darle una oportunidad más.

Un fuerte abrazo.

Adaldrida dijo...

Ay, menos mal que el betis se ha salvao... Gracias por visitar mi blog. Yo soy liberal tirando pa la derecha y católica, pero nos entenderemos mu bien, porque soy bética...

Reyes dijo...

Lo del Betis es una gran alegría que sabe a suficiente de 8º de EGB en Septiembre.
Referente a los votos, pues sí, tienes toda la razón, la gente cada vez está mas desencantada, y total para qué, si después hacen con tu voto lo que quieren...
Pero hay que ir, eso está clarísimo, ¡que pensaría Victoria Kent!